sábado, 28 de diciembre de 2013

EDDLC - Capítulo 3: En el autobús


Una semana. Ese era el tiempo que llevaba en Asturias. No podía ser, me parecía imposible, pero efectivamente había sobrevivido hasta el momento.

Mi madre había conseguido matricularme en el Pablo Neruda, un instituto situado a media hora en coche de nuestra nueva casa. A pesar del inminente comienzo de las clases, la insistencia de mi madre había logrado persuadir al director para que me hiciese un hueco en una clase. La lista de libros me fue entregada ese mismo día, pero dado que ya era tarde para encargarlos, tuve que conformarme con los donados por alumnos de otros años para casos como el mío.

Así que en estas me encontraba. Hoy empezaban las clases. A las ocho y media, concretamente. El autobús pasaría a recogerme a las ocho en punto, y en ese instante, ocho menos cinco de la mañana de un frío lunes de septiembre, yo me encontraba plantada en medio de la acera, rodeada por una fina capa de hojas claras y húmedas apelmazadas contra las baldosas cubiertas de chicles casi centenarios, arrojados allí por sus dueños sin ninguna consideración.

La mochila pesaba sobre mis hombros, los cuales alzaba torpemente cuando las frías brisas que indicaban la proximidad del otoño me abrazaban. El cielo tenía un tono blanco grisáceo, manchado por unas nubes tristes a punto de llorar. Al menos, los últimos días había llovido menos de lo que pude esperar en un principio.

Entonces, en el extremo derecho de la carretera, el morro del autobús se dirigió hacia mí casi patinando sobre sus neumáticos, visible desde lejos gracias a su extravagante color cereza. Se paró ante mí y yo subí sacando el carnet escolar de mi cartera. Se lo mostré al conductor, un hombre entrado en años y de aspecto somnoliento, que le echó un vistazo distraído y me hizo un gesto de afirmación con la cabeza, indicándome que me sentara.

Mientras el vehículo arrancaba, me volví hacia su interior. Un nutrido grupo de jóvenes de mi edad brincaban entre los asientos, se gritaban al oído y se lanzaban papeles y otros objetos aparentemente inofensivos sobre sus cabezas. Avancé por el pasillo con los ojos clavados en el suelo, sin dejar de notar sus miradas curiosas posándose invariablemente en mí.

Apenas había llegado a encontrar un sitio libre cuando algo (probablemente un bolígrafo) me golpeó la sien. Las carcajadas fueron inmediatas y absolutas, y yo me dejé caer en el asiento que tenía más a mano ocultándome tras mi mochila. No me había hecho demasiado daño, pero odiaba que me humillasen de esa forma. Por suerte, al poco rato se cansaron de la broma y continuaron a lo suyo. Sin embargo, un par de ojos siguieron observándome. Era el chico que estaba sentado a mi lado. No se reía. En realidad, no había llegado a reírse en ningún momento. Me miraba totalmente serio, incluso con algo de compasión en los ojos… Unos ojos verde esmeralda llenos de palabras silenciosas. Tenía el pelo castaño, de diversos tonos: en algunos puntos era más oscuro, en otros más claro, en otros, cobrizo. Se veía claramente que no estaba teñido, era totalmente natural, por lo que quizás fuese tan solo el efecto de los primeros rayos de sol que entraban por la mañana.

Quise decirle algo, pero entonces una cabeza rubia asomó por el asiento de delante.

-Hola, preciosidad. Mi nombre es Rubén. Es un placer conocerte –saludó con despreocupada prepotencia, contemplando indisimuladamente mi escote. Me quedé mirandole, asombrada por su descaro -. Yo también voy a empezar a primero, así que hay posibilidades de que nos toque en la misma clase… A los cuatro –añadió apuntando con la mirada a mi atractivo y silencioso compañero y al joven que tenía a mi izquierda, un muchacho rechoncho y moreno-. ¿Y vuestros nombres son…?

-Mmm… Fernando –balbució el joven moreno, como si no estuviese muy seguro de la validez de ese nombre.

-Noelia –dije yo.

-Javier –murmuró el que no se había reído de mí antes. Lo dijo mirándome exclusivamente a mí, y cuando le devolví esa mirada, alzó ligeramente la comisura derecha de sus labios en una media sonrisa que me pareció melancólica y nostálgica. Me quedé perdida en su mirada unos segundos, hasta que la voz impertinente de Rubén irrumpió en mis inconexos pensamientos con una sucesión de palabras que escuché solo a medias. Hablaba de algo acerca del verano y las vacaciones, pero yo no tardé en aburrirme y miré más allá de Javier, a través de la ventana. En un momento dado del viaje, pasamos junto a un precioso parque en el que se erguían varios cerezos. Sus hojas empezaban ya a amarillear y sus ramas se mecían suavemente con el viento. Mientras avanzábamos entre ellos, pensé en cómo sería mi nuevo instituto.

No tardaría en descubrirlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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